Comentario
Es evidente que el uso ocasionalista del apelativo romántico lo sometía a fuertes contradicciones. Este mismo destino conllevaba fuertes vaivenes en el prestigio de lo que se entendía por romántico, que intermitentemente se sometía a crédito y a descrédito. De ahí que autores tan significativos como Delacroix o Corot, se desentendieran completamente del sambenito de románticos que les colocaban algunos de sus circunstantes.Otra forma, muy refrendada, de definición de lo romántico es la que lo hace por oposición a clásico o, en la historiografía moderna, neoclásico. Realmente, cuando comprobamos la importancia que tuvieron entre los llamados románticos los modelos de Flaxman, Abilgaard o Schadow y las obras, por ejemplo, de un Carstens o un Thorvaldsen, esta contraposición se hace susceptible de revisiones. Sin ir más lejos, los hermanos Schlegel estuvieron empeñados, como Schiller, en una actualización del lenguaje clásico, y Turner aspiraba a que sus paisajes fueran colgados al lado de las pinturas de Claudio Lorena. Sólo que la polémica con las doctrinas académicas, la crítica del Antiguo Régimen y la indisciplina estética de los representantes del romanticismo, consiguieron que las formas de hacer románticas se consideraran justamente como antagónicas del lenguaje institucional, de las mezquindades del arte acreditado por premios y medallas, de la rutina académica, de las recomendaciones de los críticos-funcionarios, y, en fin, de todo un territorio artístico que estuvo dominado por las convenciones clasicistas, cuando aún estaban de moda.La reprobación del Antiguo Régimen, lo mismo que de las imposiciones académicas se produjo también, como sabemos, mediante la búsqueda de una simplicidad primitiva, un lenguaje mayestático antiquizante y el retorno a las formas clásicas, como fue notorio entre los artistas de la Revolución y sus acólitos. Es necesario que comprendamos el clasicismo severo y el primer romanticismo como dos intentos no excluyentes, ni disociados, de resolución artística para una misma situación histórica en la que señalamos los comienzos de la época contemporánea.Goethe, que en su madurez se erigió como uno de los mayores paladines de un nuevo lenguaje clásico para las artes, por disconformidad con el estilo de sus imitadores, espetó una frase célebre e interesada: "lo clásico es lo sano, lo romántico lo enfermo". En buena medida, la dualidad que la historiografía ha seguido manteniendo entre estos términos casi como compartimentos estancos procede de aquella pugna. Sin embargo, el proyecto artístico que leemos en quienes teorizaron, o en la trayectoria de arquitectos como Schinkel y Soane o en obras pictóricas como la de Ingres, se propuso, antes bien, no ya la exclusión del clasicismo, sino la apropiación de éste, no ya la oposición, sino una síntesis de lo romántico y lo clásico.Más aún, volviendo sobre lo dicho antes, comprobaremos igualmente que lo romántico sufre también diversas formas de academización, bien porque se imponga cánones precisos o el cumplimiento de ciertas manieras, como fue el caso de los pintores nazarenos, bien porque satisfaga una demanda académica, como ocurrió, de hecho, con innumerables obras de los años treinta y cuarenta tildadas de románticas.